Daniel era un muchacho que no andaba en los caminos del Señor,
pero hasta cierto punto no había llegado tan bajo como otros.
Al ver a su hermano en medio de alcohol y drogas,
decidió ayudarlo de una manera no muy conveniente:
quiso adentrarse en ese mundo para ganar la confianza
de esas personas y así poder convencer a su hermano desde adentro.
La consecuencia obviamente fue que, al contrario de ayudar a su hermano,
terminó sometido por el alcohol y las drogas. Es más, lo tenía como ayudante
en los malos pasos que estaba dando.
Un Ángel enviado por Dios (de esos que le hablan a uno a diario pero que evitamos
escuchar), su novia, lo había estado invitando durante mucho tiempo a un grupo
de oración de jóvenes los viernes en la noche.
Un día cualquiera, luego de tanta insistencia y en medio de una borrachera tremenda,
decidió ir un viernes de Dios (con un tufo impresionante después de haber llegado
a las 3 de la tarde a la casa) a ver qué era eso.
La novia al verlo sonrió, pero al olerlo cambió su cara como si hubiera cometido el peor
de los atropellos. Igual se quedó, en un rincón sentado en un cojín (había unos 200 jóvenes)
según su testimonio.
Al escuchar una canción le pareció bonita: y luego de un rato, con las luces apagadas
y con mucha atención a la letra, empezó a llorar en medio tan sólo de la luz de dos velones
y el amor de Jesús.
Cuando pensaba que no había problema por estar a oscuras, prendieron la luz y
decidieron presentar a las personas que iban por primera vez.
Al tiempo, preguntaban si alguien necesitaba oración y sin darse cuenta ya tenía
su mano levantada en espera de una respuesta.
Una joven se le acercó, puso su mano sobre él y en medio de las oraciones, le dijo:
"Daniel, tú sabes que yo te amo", no una, ni dos, sino tres veces.
Extrañado porque nadie en la tierra le llamaba Daniel (ni siquiera su novia, todos
le llamaban por su segundo nombre), sintió algo en su corazón que lo hizo cambiar.
Al salir del grupo, no tenía tufo, no tenía el típico guayabo ni el viaje producido por
la cocaína. Daniel no volvió a sentir ansiedad por las drogas, reconociendo así
el primer milagro que el Señor hizo sobre él.
De ahí en adelante está al servicio del Señor, llevando su testimonio a donde Jesús
quiere y tocando con las palabras de Dios a todo aquel que lo escucha.
Saben una cosa, yo, Pepe, lo vi (la serenidad de Dios en un persona igual a nosostros), lo abracé (la alegría del Señor en un corazón que quiso escuchar), lo escuché (las palabras de Jesús en un alma abierta a su entendimiento), lo sentí (el amor de Cristo en cada punto del espíritu) y lo olí (profunda sensación a rosas que sólo puede dejar el cariño de nuestra madre, la más grande de todas).
lunes, 28 de septiembre de 2009
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